El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

lunes, 4 de junio de 2012

CHRISTMAS SUN 12


Su madre le había pedido que regresara a casa y preparase una bolsa de viaje con algunas cosas que iban a necesitar: ropa interior, un neceser con utensilios para el baño, algo de ropa, en fin lo que consideraba que iba a usar en el hospital mientras su padre se recuperaba. Pilar había sido tajante, iba a quedarse junto a su marido hasta que éste estuviese completamente recuperado y volviese a casa.

Asunción iba silenciosa entregada a sus pensamientos, al lado de Roberto que conducía con mucho cuidado y que, agradecía el silencio para concentrarse en conducir, después de tanto tiempo sin ponerse tras un volante sus reflejos estaban un poco oxidados.

Cuando las luces del pueblo aparecieron tras una curva Asunción rompió su silencio.

-Gracias… -dijo quedamente.

-De nada, solo deseo que tu padre se recupere pronto y vuelva a casa. Le aprecio mucho, de verdad, lo considero una gran persona.

Asunción asentía, pero no dijo nada.

Cuando llegaron a la casa de sus padres, Roberto se quedó sentado en la sala mientras Asunción iba a la habitación de sus padres y al cuarto de baño para recoger todo lo que le habían pedido tratando de no olvidar nada. La chaqueta de lana, la pequeña manta, las cosas del cuarto de baño, el cepillo de dientes, el cepillo para el pelo… Abrió el armario donde su madre le había indicado que había una bata en uno de los estantes, rebuscó entre las prendas hasta que al final lo encontró. Le llamó la atención que en el estante de abajo había una gran caja de madera. Curiosa no pudo resistir la tentación y con un poco de esfuerzo, pues pesaba bastante, la sacó del armario, abrió el pequeño cerrador que tenía y levantó la tapa para ver lo que contenía. Lo que vio la dejó sin aliento, tuvo que dar dos pasos hacia atrás y sentarse sobre la cama de sus padres.

Roberto asomó por la puerta y la vio con la cara demudada, sentada a los pies de la cama. Se acercó rápidamente y le cogió las manos que estaban heladas.

-¿Qué te ocurre Asun? ¡Respóndeme! ¡Me estás asustando! –gritaba alterado.

-Yo no sabía, no lo sabía… -repetía Asun.

-¿No sabías qué? ¡Asun háblame!

Asun señaló la caja que había en el suelo. Roberto se agachó y la cogió. La puso sobre la cama entre los dos. Ella levantó la tapa con cuidado, dentro apiladas cuidadosamente había decenas de revistas de Top Fashion.

-No lo entiendo –dijo Roberto

-Yo tampoco, mi padre… -no pudo continuar rompiendo a llorar.

Asun no podía apartar los ojos de la caja llena de revistas. En un lado apoyado había un álbum de fotos, lo sacó con cuidado y cuando lo abrió se encontró a sí misma, sonriendo desde la parte superior izquierda de la primera columna que escribió como redactora, hacía ya más tres años. Pasando las hojas vio todos sus artículos recortados y pegados con cuidado, un álbum de toda su carrera. Las lágrimas le nublaban la vista y se las secó de golpe con la manga del chaquetón que todavía llevaba puesto.

Recogió las revistas y las volvió a meter en la caja sin poder contener el llanto. Roberto metió las cosas que Asun había ido recogiendo para sus padres y las metió en una pequeña bolsa de viaje sin entender muy bien por qué ella estaba tan triste. Al final había decidido no preguntarle nada y dejar que poco a poco se calmase, pues con cada página que pasaba de aquel álbum Asun lloraba e hipaba todavía más. Cuando intentó quitárselo de entre las manos para devolverlo a su lugar, Asun se negó en rotundo a desprenderse de él, abrazándolo con fuerza contra su pecho.

-Asun, cariño, vamos a mi casa. Necesitas descansar –dijo suavemente Roberto.

Ella se levantó como una autómata dejándose llevar por él que la sujetaba por el codo. Apagaron las luces y volvieron al coche en dirección a la casa de Roberto.

El corto recorrido que hicieron fue en silencio únicamente roto por Asunción que no dejaba de llorar. Roberto estaba totalmente desconcertado, no sabiendo muy bien qué hacer o decir para consolarla.

Cuando bajó del coche para abrir la cerca de la entrada, los dos perros Tango y Cash corrieron a su encuentro rompiendo con sus ladridos de bienvenida el silencio de la noche.

Entraron en la casa y ayudó a Asun a quitarse el chaquetón. Ésta se sentó en un lado del sofá todavía con el álbum pegado a su pecho. Él le quitó las botas y los finos calcetines y fue a buscar unos gruesos de lana. Ella se dejaba hacer como si fuese una niña pequeña, las lágrimas todavía cayendo sin control por sus mejillas. Le puso los calcetines de lana y la cubrió con una cálida manta. Encendió la chimenea y fue a la cocina a preparar un buen tazón de leche con cacao que les ayudaría a entrar en calor. Volvió al cabo de pocos minutos.

-Bebe esto, verás como después te sientes mejor –dijo Roberto mientras le ofrecía la taza.

Ella sorbió un poco de aquel bálsamo dulzón y fue calmándose poco a poco aunque su pecho aún hipaba de vez en cuando. Roberto se sentó junto a ella expectante, esperando que le explicase qué había ocurrido, pero también sabía que debía ser ella quién debía empezar a hablar si así lo deseaba. Estuvieron un rato en silencio sólo roto por el crepitar del fuego de la chimenea. Tango y Cash se habían echado a ambos lados del enorme hogar, que iluminaba el salón con claroscuros rojizos.

-Salí de este pueblo hace casi diez años -empezó Asunción -dejando atrás a mis padres, despreciando a mi madre porque consideraba que había desperdiciado su vida quedándose junto a mi padre y odiándole a él por haberlo permitido y dejarla encerrada en este pueblo perdido.

-Pero si este lugar… -dijo Roberto.

-Calla, déjame continuar –le cortó Asun colocando un dedo sobre los labios de él.

-Cuando estudié la carrera en Madrid pensé que lo había dejado todo atrás y más todavía cuando aterricé en Nueva York. Me cambié el nombre, dejé de ser Asunción Martínez y me convertí en Sun Martin, una mujer de éxito. Me olvidé del pueblo y de mis padres. Todo esto –dijo echando una mirada a su alrededor -era mi pasado pero se quedó en eso, un pasado, del que no quería acordarme y que me abochornaba. Nunca les llamé, ni para sus cumpleaños, ni para felicitarles la Navidad. Nunca supieron ni dónde vivía; nunca se enteraron por mí, si me iba bien o mal. Desaparecí de sus vidas, sin una explicación, casi sin decir adiós. Pensé que después de cómo me había comportado con ellos, me odiarían, pues mi comportamiento, ahora me doy cuenta, fue odioso pero…

-Ahora te das cuenta de que te quieren –acabó la frase Roberto.

-No sólo eso, mira –dijo Asunción mostrando el álbum de fotos y enseñándole lo que había en su interior.

-Mi padre ha ido recortando y pegando todos los artículos que he escrito desde el principio. Éste -dijo señalando la primera hoja -es el primer editorial que escribí hace más de tres años como redactora en la revista y…¡están todos! –dijo pasando las hojas una a una –Mi padre ha seguido toda mi carrera a distancia.

-Eso es muy bonito Asun, es una prueba de amor.

-Lo sé y lo más cómico de todo, es que mi padre no sabe ni una palabra de inglés, ¿cómo demonios lo habrá hecho?

-Quizás se suscribió o algo así. De todas formas sólo tienes que preguntárselo.

-Soy una mala persona, Roberto, soy…

-No eres mala, sólo equivocada, como todos nos equivocamos alguna vez. Eres preciosa y eres una buena persona, el problema es que no lo sabes, pero aquí estoy yo para recordártelo cuando lo olvides –dijo besándola dulcemente en los labios –y me gustaría que me dejaras recordártelo el resto de nuestras vidas.

Asunción se abrazó a él besándole de nuevo.

-Gracias, amor, eres lo mejor que me ha pasado en la vida.

Roberto se levantó y la izó del sofá llevándola en brazos hasta su dormitorio, ella cogida a su cuello le acariciaba el pelo y le besaba.

La dejó suavemente sobre la cama y arrodillándose ante ella, le quitó los gruesos calcetines de lana, metió sus manos bajo el jersey de cuello alto que llevaba acariciando sus costados, su espalda, sus pechos… subiendo las manos tiró de él sacándolo con la ayuda de Asunción que levantó los brazos. Desabrochó el botón de sus pantalones y bajó la corta cremallera, tiró de ellos hacia atrás dejándolos caer abandonadamente sobre el suelo.

Roberto cogió una de sus piernas y comenzó a besarla suavemente. Asun se recostó sobre la colcha, cerró los ojos para concentrarse únicamente en el placer que le proporcionaban los labios de Roberto, éste besó y lamió dulcemente el interior de su muslo. Asun suspiraba y gemía de placer.

Roberto se alzó y frente a ella comenzó a desvestirse. Ella levantó la cabeza apoyándose en los codos para mirarle cómo se quitaba la camisa, cómo se desabrochaba el cinturón y los botones de sus pantalones vaqueros, la ropa interior; por primera vez, veía el cuerpo de aquel hombre en todo su esplendor. Su pecho fuerte, sus brazos musculosos, las largas piernas donde se dibujaban perfectamente sus músculos. El color de su piel tenuemente tostada por el trabajo del campo. Roberto se desnudó ante ella sin dejar de mirarla ni un instante.

Despacio se acostó junto a ella, besándola de nuevo. Asunción desabrocho el cierre de su sujetador y lo lanzó hacia atrás quedando colgado del brazo de un sillón que había en un rincón, él la ayudó a tirar de sus minúsculas braguitas que cayeron desmayadamente junto a la ropa de ambos que yacía en un montón sobre el suelo. Los dos se veían por primera vez desnudos y no podían dejar de mirarse.

-Eres una diosa –susurró él junto a su oído.

-Te deseo –jadeó ella –quiero que me hagas el amor.

-Deseo hacerte el amor hasta las primeras horas del alba y luego hacerte el amor hasta que oscurezca, para seguir haciéndote el amor de nuevo...

Diciendo esto Roberto seguía besándole el cuello, los hombros, la boca, los ojos, el lóbulo de las orejas.

Asunción notó el peso de Roberto sobre ella, loca de placer abrazó al hombre, rodeándole la cintura con sus piernas y notó como entraba en ella suavemente, sin prisa, con toda su hombría, cerró los ojos y gimió de placer.

Tango y Cash levantaron las orejas al oír los extraños ruidos que venían de la habitación de su amo, pero después de algunos segundos de atención, comprobando que los gemidos no eran de auxilio, volvieron a recostarse y siguieron dormitando junto a la chimenea.

Roberto cumplió su promesa y le hizo el amor a Asunción hasta hacerla gritar de placer y llorar de alegría y, cuando las primeras luces del amanecer despuntaban por el horizonte, seguían descubriendo la geografía de su piel, besando los más recónditos huecos de su cuerpo exhaustos, pero incapaces de separarse.

-Asun, te quiero. Quiero amarte como esta noche, para el resto de nuestras noches.

-Y yo quiero que me quieras, nunca nadie me había hecho sentir tan amada y por ello te adoro –dijo Asunción acoplándose de nuevo sobre el cuerpo de Roberto.

Tango y Cash volvieron a levantar las orejas, pero los ruidos que oían les fueron tan familiares que ni tan siquiera levantaron la cabeza. Siguieron dormitando junto a la chimenea, donde el fuego hacía horas que se había apagado.


1 comentario:

  1. Qué bonito... ójala hubiesen mas "Robertos" por el mundo...
    Un bs grande
    mariandomenech.blogspot.com

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