El amor y el odio son las pasiones que mueven el mundo. Escribir sobre ellas es mi pasión, sólo espero que leer mis palabras sea la tuya.
Clara.

martes, 6 de diciembre de 2011

CAPÍTULO 20

Anya estaba recostada en una hamaca que adquirió en México en su último viaje a la capital por motivos de trabajo. Era muy confortable y aprovechaba esos momentos de tranquilidad para tomar el sol y descansar. Esta vez estaba hojeando una prestigiosa revista de moda que acababa de llegar por correo desde Nueva York. Anya había recibido una educación muy exclusiva formando a una excelente profesional y también moldeando a una persona de carácter, fuerte, preparada para liderar cualquier empresa o grupo de trabajo. 
 Desde bien pequeña había triunfado en los objetivos que se había propuesto y no conocía la derrota. Nunca había permitido que nadie le arrebatara lo que creía suyo. Conocía muy bien las grandes ciudades del país puesto que en algunas residió como estudiantes universitaria y en otras había estado bien por motivos laborales o bien por placer...                                                                                                                                       
Conocía también importantes ciudades europeas, sobre todo Londres, donde residió un par de años. Durante ese tiempo aprovechó para viajar a París, Barcelona, Lisboa, Roma.... El clima de estas últimas ciudades era muy parecido al de Green Valley y le encantaba asomarse a cualquier balcón para sentir los cálidos rayos de sol que tanto añoraba estando en Londres.  Era una  mujer elegante y cosmopolita. Dedicaba gran parte de su tiempo al cuidado de su cuerpo: deporte, cosmética, tratamientos de belleza... Anya era sinónimo de belleza deslumbrante y ella lo sabía. Vestía con las tendencias más novedosas. Conocía a la perfección tejidos, colores y formas. Era amante de las más importantes pasarelas de moda: Milán, París, Nueva York, Londres.... y siempre que su trabajo se lo permitía asistía a estos eventos.                                                                             
Se sentía viva en las ciudades, rodeada de enormes edificios, anchas avenidas, exclusivas tiendas de moda, el ir y venir incesante de la gente... todo esto le producía una agradable sensación de bienestar. Un bienestar que no encontraba de la misma manera en Green Valley, al que consideraba su balneario particular, un espacio de relax hecho a su medida. Se sentía dueña de todo lo que la rodeaba. Sin embargo, en Green Valley también encontraba muy fácilmente el aburrimiento y la soledad.  Anya había vivido siempre rodeada de lujos y sofisticación. Las diferentes casas que poseía a lo largo de todo el país albergaban muchas obras de arte. Cada una de las casas tenía un estilo muy diferenciado: desde el clásico de la mansión de Green Valley hasta el más moderno del apartamento frente a Central Park. Todas sus casas tenían una exquisita decoración creada siempre desde el equilibrio y las tendencias más vanguardistas.

 Anya no sólo tenía una hermosa casa en todas las ciudades importantes del país sino que también tenía un amante en cada una de ellas. Había conquistado a infinidad de hombres que, atraídos por su sensualidad y su explosivo atractivo, habían accedido a todos y cada uno de sus deseos. Siempre complacida, Anya se sentía triunfadora en cada una de sus conquistas. Le encantaba divertirse con ellos, y lo conseguía, porque ella siempre tenía el control y esto la fascinaba.   Salir a cenar a un buen restaurante, bailar durante horas en algún local de moda, recibir regalos carísimos, viajar a lugares exóticos.... estas eran algunas de las actividades que Anya controlaba a la perfección; en este tipo de situaciones se desenvolvía majestuosamente.   No alcanzaba a recordar todas las noches compartidas con algún hombre. Incluso en las escenas más íntimas ella continuaba teniendo el control. Los hombres la dejaban hacer a su antojo. Incontables habían sido las noches de pasión descontrolada.    Sus amantes la llamaban constantemente, deseando volver a tener otra cita con ella. Anya no se preocupaba en absoluto por esto, ella iba y venía donde quería, no le inquietaba en absoluto, cuando ella les llamaba ellos acudían de inmediato, deseando complacerla.   

Nunca buscó el amor en ninguno de sus amantes y es que ella no pretendía encontrarlo. Muy rara vez había pensado en ello y es que Anya entendía el amor como un terrible dolor de cabeza.     Anya no estaba dispuesta a aguantar a un hombre que estuviera todo el día detrás de ella molestándola para cuestiones absurdas y, en ningún caso, estaba dispuesta a ceder a ninguna petición de otra persona.Jamás.                      Veía como un gravísimo error que la gente se enamorara de una única persona. Había millones de hombres con los que pasar un buen rato, ella recordaba a decenas pero sabía que aún existían muchísimos más con los que disfrutarlo.
                                                                                            
En la revista, le llamó la atención sobremanera uno de los modelos masculinos ¡era guapísimo! y le recordaba a Alfred. Recordó lo ocurrido en la barbacoa y, aunque creía tener la razón, sabía que debería disculparse con él si quería obtener lo que ella deseaba. Se preguntaba cómo era posible que la madre de Alfred fuera mexicana, Anya no había apreciado ningún rasgo concreto que delatara su procedencia. 
                                                                                                                                      
No estaba preocupada ni arrepentida por su comentario inadecuado. Ahora solamente debía pensar qué haría para volver a encandilar a Alfred y poder disfrutar de él durante toda la noche.     Imaginaba a Alfred tumbado en su cama, semidesnudo, con la cabez apoyada en sus robustos brazos y sus manos entrelazadas detrás del cuello. La miraba con extrema pasión, su mirada recorría el cuerpo de Anya. Ella, de pie, frente a él. Vestida únicamente con un sexy conjunto de lencería del que se despojaría con sensualidad, mientras Alfred se incorporaba poco a poco de la cama, muy lentamente, buscando su cuerpo y deseando desnudarla por completo para así hacerle el amor salvajemente durante toda la noche.                                                                                                                          

La revista de moda cayó al césped y esto la sacó de su ensoñación.   Sonrió, dejando entrever lo erótico de sus pensamientos. En aquel momento se propuso pasar la noche con él y Anya siempre alcanzaba sus metas.   Se quedó algunos minutos en la hamaca recordando a Alfred. A Anya le encantaba ese hombre, quizá lo que más era el punto de inocencia que le encontraba. Punto que, después de aquella noche, desaparecería para siempre, pensó.      Subió la escalinata de la casa rápidamente, debía darse prisa si aún quería encontrar a Alfred en la piscina; ella sabía que tenía curso hasta mediodía y que después se quedaba preparando  futuras clases, limpiando la piscina y ordenando el material que utilizaba con los principiantes. No importaba demasiado si no lo encontraba en la piscina, buscaría también en su apartamento, en el Country Club... lo encontraría y se lo llevaría con ella, ¡esto seguro! pensó Anya mientras coqueteaba con su pelo frente al gran armario de su habitación.                                                                                                  Observaba su armario de parte a parte, era enorme, interminable. Contenía docenas de vestidos maravillosos, algunos más llamativos que otros; toda la gama de colores se encontraba en él. Anya pensaba cuál se pondría. Debía ser realmente espectacular, pues debía conseguir el perdón de Alfred para que accediera a todo lo que ella le propusiera después.     Algunos de los vestidos él ya los había visto y otros no los encontraba apropiados para la ocasión. Del repleto guardarropa eligió algunos: uno de ellos largo y vaporoso, otro estampado y muy primaveral y un tercero corto y rojo para lucir las larguísimas piernas. Se decantó por este último después de probárselo. Le permitía lucir hombros y mostrar su bello escote, favorecía su silueta y mostraba sus estilizadas piernas. La tonalidad del vestido atraería inmediatamente la atención de Alfred, pues no podría ser indiferente a tal belleza. Estaba realmente espectacular y él también la encontraría así.        Se sentó frente al tocador, donde comenzó a hacerse un moño bajo. El pelo recogido daría más fuerza a sus hombros y escote. Anya buscaba la perfección, como era habitual en ella. Mientras terminaba con el pelo pensaba en cómo se comportaría Alfred. Lo imaginaba boquiabierto, quizá tartamudearía y en ese momento ella podría pedirle lo que quisiera porque le sería concedido, sin ninguna duda.        Los ojos de Anya brillaban en el espejo del tocador, desprendían energía, se sentía poderosa. Esta misma situación la había sentido con cada uno de los hombres con los que había salido, pues eran sensaciones perennes en ella que la satisfacían enormemente.                                                         Comprobó que todo estaba bien ayudándose de otro espejo para visualizar su trabajo. Se felicitó.         -¡Magnífico! -afirmó Anya en voz alta.                                                                                         

  Ahora debía maquillarse. Dedicó bastante tiempo a ello. Delineó con mucha delicadeza el lápiz negro de ojos. Aplicó un punto de luz con sombra beige en el lagrimal. Después extendió por todo el párpado móvil la sombra color gris antracita para así hacer el contraste con el beige y dar intensidad a su mirada.                                                                                                                                            

Anya sabía que el mejor aliado para dar una mirada viva y seductora era un buen rizador de pestañas. Lo aplicó con un suave movimiento de zigzag y así las alargó. Perfiló sus labios con sensualidad y los enrojeció con la misma tonalidad que el vestido, aclarando levemente el color del labio inferior.      Extendió cuidadosamente el colorete por sus mejillas, para resaltar aún más sus pómulos.  Se calzó unas sandalias doradas de altísimo tacón y preparó el bolso a conjunto para poder dirigirse al coche y encontrar a Alfred. ¡Estaba preparada!                                                                            

Mientras conducía hacia el Taylor's Coffee Shop Anya visualizaba la escena con Alfred. Si estaba de espaldas, quizás le taparía los ojos para así sorprenderle y en el momento en el que él se girara quedaría tan fascinado que no le haría falta ni disculparse por el incidente de la barbacoa. No. No se disculparía. Incluso Alfred lo habría olvidado y, si no era así, al verla tan bella y deslumbrante no se atrevería a decirle nada, estaba segura. Y así ella volvería a dominar la situación.  Si no lo pudiera sorprender, se dirigiría a él directamente y le besaría apasionadamente. Sería irresistible. Si no  estuviera   en la piscina y lo encontrara en su apartamento todo sería más fácil, pues así no tendrían que desplazarse a ningún otro sitio y la tan esperada noche de pasión tendría comienzo y fin allí mismo.                                                                                                                                                  

  El apartamento de Alfred era un lugar acogedor, en el que Anya se sentía muy cómoda. Lo que más le gustaba era la enorme cama de Alfred, seguro que también era muy confortable.   El Country Club también era  un buen lugar de encuentro. Podrían tomar unas copas antes de salir a cenar a algún restaurante para después acabar la noche más animados  y deshinibidos. Turbar un poquito a Alfred también era una buena estrategia para que olvidara por completo el incidente con su madre, pensó Anya mientras aparcaba en el aparcamiento principal del Taylor's Coffee Shop su jaguar color plata.                                                                                                                                        

Anya entró, como era habitual en ella, de manera señorial mientras se acercaba a la terraza de la cafetería. Los pocos clientes de las mesas se giraron sorprendidos al ver tal belleza. Anya marcaba muy bien sus pasos dejando el fuerte sonido de sus tacones impactar sobre el parquet. ¡Deslumbrante! Miró hacia la barra de la cafetería, donde vio a Laura a través de los cristales que la separaban de la terraza exterior. Anya cortó violentamente la mirada de Laura para dirigirla a los socios del Taylor's Coffee Shop y saludar muy amablemente a uno de ellos, amigo de sus padres.     Alfred no estaba en la cafetería y sabía que no encontraría nada interesante allí. Mientras atravesaba el pequeño y cuidado jardín para adentrarse en el edificio del spa  pensaba en que seguramente tendría que haber ido a casa de Alfred directamente, era tarde para que él estuviera en el Taylor's Coffee Shop.  
 Recorrió el edificio del spa sigilosamente, esta vez caminó de puntillas para que Alfred no pudiera oír sus tacones, así le sorprendería por detrás. Quizá lo empujaría a la piscina, así podría acompañarle a las duchas y ayudarle a secarse. Una sonrisa pícara iluminó el rostro de Anya.   Le pareció escuchar a lo lejos la voz de Alfred, aunque el ruido del agua y la música que se escuchaba por los distintos altavoces que había en el edificio, le dificultaban el poder asegurarse de si era o no él. Dejó escapar una carcajada, provocada por lo divertido que aquello le parecía.   Llegó hasta las puertas batientes que separaban la recepción de la piscina. Oyó una voz femenina, esto le hizo imaginar que Alfred tenía compañía. No quiso irrumpir en la piscina para así poder escuchar la conversación sin ser advertida por quienes allí estuvieran.  Se escondió detrás de una de las puertas, desde donde podía escuchar perfectamente el diálogo. Reconoció a una de las camareras del Taylor's Coffee Shop, la que había derramado sus copas. Reconoció a Sarah.                                                Anya se preguntaba de qué estarían hablando Alfred y ella. Sarah era una simple camarera; era vulgar, no era hermosa y estaba segura de que aquella mujer no podía despertar en Alfred ningún tipo de instinto.                                                                                                                                                   Esperaba que acabaran pronto de hablar, que Sarah se marchara de la piscina y así poder sorprender a Alfred. Ahora era él quien hablaba a Sarah. Anya puso muchísima atención para descubrir de qué charlaban.                                                                                                                                                     -Verás, Sarah, me gustaría agradecerte una vez más tu interés por el estado de mi madre -dijo Alfred tomando las manos de Sarah delicadamente entre las suyas.                                                                      -Alfred, no tienes que agradecerme nada. Anita es una mujer maravillosa y de verdad que me angustié mucho al enterarme de lo ocurrido -explicó dejándose acariciar por Alfred.     El corazón de Sarah latía muy rápido. Estaba exaltada por la situación. Alfred había cogido sus manos para entrelazarlas a las suyas. Se había aproximado más a ella. La miraba fijamente a los ojos, pero ella no podía corresponderle con la misma mirada ya que sentía mucha vergüenza al haberse sonrojado de aquella manera tan evidente.                   Sarah percibía en la mirada de Alfred una indecisión inusual en él. Pensó que podría ser miedo por lo que le pudiera ocurrir a Anita, pues él sentía un profundo amor por su madre y si algo ocurriera su vida cambiaría por completo. Sarah no llegaba a descubrir exactamente por qué Alfred tenía aquella expresión tan desconocida para ella. Estaba sorprendida por la amabilidad y la dulzura con que se dirigía a ella, alguna cosa debía haber ocurrido para que él se comportara así. Ella apreciaba cómo Alfred pretendía acercarse, mostraba lo importante que era Sarah para él y ella no era indiferente a estas nuevas sensaciones que él le transmitía.   Finalmente, decidió preguntarle qué era lo que le ocurría.                                                   -Alfred, ¿estás bien? ¿Ocurre alguna cosa con la que yo pueda ayudate? Sabes que puedes contar conmigo -dijo Sarah apretando las manos de Alfred para así mostrarle su apoyo en esos momentos tan difíciles.                                   

  Él la miraba intensamente a los ojos. Su respiración se aceleró. No apartó su mirada ni un solo segundo mientras despegaba una de sus manos de las de Sarah para acariciar sus labios y recorrer con ella su barbilla y su cuello.    Ella apreció cómo los ojos de Alfred se humedecieron, aunque sus ojos le seguían dedicando con la misma intensidad aquellas miradas tan penetrantes. Alfred humedeció sus labios y se acercó aún más a Sarah. Rodeó con sus brazos su delgada cintura.                                                                                       -Sarah, estos últimos días he pensado mucho en ti. He recordado el domingo que pasamos juntos -dijo Alfred. -Me he dado cuenta de lo maravillosa que eres. Déjame acercarme más a ti para demostrarte lo que siento -le pidió Alfred besándola con un delicado y tierno beso.                                                

Sarah se sentía plena. No podía creer las palabras que escuchaba de boca de Alfred. ¡Lo había imaginado tantas veces!    Había cerrado sus ojos para poder disfrutar de aquel maravilloso beso que él le regalaba. Sintió sus labios como nunca antes lo había sentido con otra persona. Respiró profundamente y aunque ahora en su pecho latía un ferviente corazón que parecía intentar liberarse, no le importaba que Alfred apreciara su nerviosismo. Deseaba entregarse a él por completo, aceptar ciegamente lo que él le proponía y disfrutar, como tantas veces había soñado, del calor y el amor de Alfred.                                          

    -Tienes unos ojos preciosos. Sé que has sufrido mucho y que has derramado muchas lágrimas por todos los problemas que has vivido, pero déjame que yo te cuide para que nunca más vuelvas a llorar por tristeza o dolor, para que llores sólo de alegría. Una inmensa felicidad que prometo ofrecerte día a día -dijo Alfred mientras acercaba sus labios temblorosos a los de Sarah.       Los dos se fundieron en un apasionado beso. Dos lágrimas recorrieron las mejillas de Sarah al darse cuenta de lo que estaba viviendo. ¡No era justo!      Todo su cuerpo temblaba de pasión. Sabía que a Alfred le ocurría lo mismo y los dos cuerpos se estremecieron de placer al sentir aquella fuerza que les recorría.

 Anya no podía creer lo que acababa de escuchar. Maldecía una y otra vez a Sarah. La odiaba por haberle arrebatado al hombre que estaba a punto de conquistar. No daba crédito a lo sucedido. Su ira le pedía interrumpir la escena entre Alfred y Sarah para desahogar toda su rabia sobre ella y gritarle lo que pensaba en aquellos momentos. Pero reflexionó por un instante y decidió actuar de otro modo.  Sus ojos mostraron una mirada maligna. Sabía lo que debía hacer. Apretó con firmeza sus puños y esbozó una media sonrisa vengativa. Volvió a salir del edificio sin ser    escuchada y se marchó del recinto. Tenía que llamar a Steven Taylor y contarle lo que había presenciado.                              

  Sarah se separó de Alfred violentamente. Debía ser fuerte y luchar contra sus sentimientos. Ella estaba con otra persona y ahora no podía renegar de la decisión que había tomado. Alfred se había equivocado al declararle su amor. Ahora ya era demasiado tarde.                                                        

-¿Qué ocurre Sarah? No entiendo por qué.... -preguntó Alfred muy asombrado.                                       -Te amo. ¡No sabes cuánto! Este amor me invadió desde la primera vez que te vi. Noche tras noche te he soñado a mi lado. He imaginado miles de veces este momento, aunque jamás tan intenso ni tan bonito como tú acabas de hacerlo. Imaginaba que íbamos a cenar a un romántico restaurante. Imaginaba que paseábamos por las calles de Green Valley cogidos de la mano, mirándonos tiernamente a los ojos y besándonos bajo cada farola. Toda la gente nos miraba extrañada al descubrir nuestro amor, pero nosotros no nos avergonzábamos de lo que sentíamos y sonreíamos y saludábamos a todos ellos. -Sarah comenzó a llorar. -Imaginaba que acudíamos juntos a trabajar cada mañana y que en tus descansos pasabas a saludarme y a susurrarme al oído que me habías echado mucho de menos, que eran interminables los minutos separados de mí. Imaginaba que me vendabas los ojos y me conducías en secreto hasta una maravillosa cascada de agua cristalina donde nos bañábamos desnudos y nos amábamos hasta el anochecer. Imaginaba que decorábamos nuestro hogar, los dos elegíamos al mismo tiempo los mismos objetos; nuestras manos se encontraban, nos sonreíamos y nos besábamos incansablemente felicitándonos. Imaginaba que pasaban los meses y los años pero nuestro amor nunca se marchitaba, envejecíamos juntos sintiendo en cada mirada y en cada beso la misma sensación de ahora.                                                                                                                                               

Sarah se secó las lágrimas de su rostro. Ya no se atrevía a mirar a Alfred. Miraba al suelo. Intentaba calmarse respirando profundamente.  
-Sarah... -Alfred estaba totalmente desconcertado.  Le había impactado la declaración de Sarah y ninguna palabra llegaba a articular. Quedó paralizado. La miraba sin parpadear, extasiado por lo que acababa de escuchar. No comprendía por qué ella se había apartado de su lado cuando acababa de decirle todo lo que sentía por él.   Estaba boquiabierto, tenía las manos abiertas y sus palmas miraban hacia el techo, los hombros encogidos pero inmóvil. Deseaba acercarse a ella, estrecharla entre sus brazos y prometerle todo aquello que había soñado cada día. Deseaba complacerla en todo. Se había dado cuenta de que la necesitaba a su lado, pues era la mujer que había estado esperando.                                                         -Sarah, ¿y entonces? -dijo Alfred tímidamente.                                                                                         -Lo siento, pero me he comprometido con otra persona. Espero que lo entiendas -contestó Sarah con voz temblorosa y sin mirarle a los ojos. 
 -Pero tú me quieres, ¿verdad? -volvió a preguntar Alfred reaccionando y cogiendo a Sarah de sus brazos.                                                                                                                                                      Ella se desasió de sus manos retrocediendo un paso, hizo un suave movimiento con su cabeza queriendo expresar una negación y salió corriendo del edificio.                                                                



Anya salió del edificio iracunda, mientras caminaba hacia su coche dando grandes zancadas, marcó el teléfono de Steven Taylor.                                                                                                                          -Steven debería haberme hecho caso. Tenía que haber despedido a esa boba de Sarah -pensaba llena de rabia y celos.                                                                                                                                     Cuando contestó, Anya dio rienda suelta a su enfado.                                                                                -¡Steven, te pedí que la despidieras! -chilló.
-¿Anya? ¿Eres tús? ¿Qué pasa?
-¡Te lo pedí y no me hiciste caso!
-Anya, no sé de qué me estás hablando. Cálmate, por favor y dime qué te ocurre -pidió Steven.
Anya inspiró varias veces hasta que, a duras penas, logró controlarse.
-Steven, acabo de ver a tu camarera Sarah y mi Alfred muy acaramelados en la piscina. Te pedí que te deshicieras de ella después de lo que sucedió aquella mañana, pero no lo has hecho y ahora la muy zorra se está camelando a mi chico -contó Anya con tono autoritario.
-¿Estás segura de lo que me estás contando?
-¿Que si estoy segura? Steven, ¿qué te pasa? ¿no me oyes? Te repito que los he visto con mis propios ojos. Los dos juntitos como dos tortolitos haciéndose carantoñas, daban verdadero asco -repitió Anya con tono mordaz. -Steven, tenemos que hacer algo, esa mosquita muerta no se va a reír de mí.
-Anya, ¿podemos vernos y hablar más despacio? -inquirió.
-Por supuesto querido, dime dónde y cuándo y allí estaré. Sólo por fastidiar a esa camarera de tres al cuarto soy capaz de cruzar medio país -contestó Anya.
-Nos vemos en el Country Club en una hora.
-Allí te veo, hasta luego -contestó Anya y cortó la llamada.

1 comentario:

  1. GRACIAS!!!! por ese "HOLA". Eres un encantoo y que sepas que siempre que voy en el metro me dedico a leer tus entradas, que SIEMPRE, me encantan :D
    Un beso enorme!!

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